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...Y CAMBIÓ LA HISTORIA

Cuando apareció su cuerpo desfigurado en un inmundo zanjón de las afueras de Catamarca, eran las 7 del lunes 10 de setiembre de 1990. Se llamaba María Soledad Morales, estaba por terminar el secundario y dos días después hubiera cumplido 18 años.

Aquella mañana hubo policías que lavaron el cuerpo cubierto de huellas, y forenses que describieron sus lesiones con una superficialidad llamativa. (Dijeron que había muerto por un golpe en la cara y descartaron la evidencia médica de que ese golpe había sido dado tras la muerte).

Luis Tula, de 29 años, fue preso. Era el secreto amor de la chica y uno de los últimos en verla con vida, 48 horas antes de que apareciera el cadáver.

Pero había quienes creían que eso no era todo. Trascendió que el cuerpo tenía signos groseros de suministro de cocaína y de abusos sexuales que hacían pensar en más de un autor.

Catamarca era gobernada por la familia Saadi desde hacía 40 años. Vicente fue su figura prominente y su hijo Ramón gobernaba en 1990.

Habrá sido la parálisis de su gobierno ante esta muerte. Habrá sido el espanto que el cuerpo quebrado de la joven provocaba en muchos padres, que presagiaron tal vez el peligro de ver la imagen de sus propios hijos en algún basural. Habrá sido que la droga era asociada por entonces con círculos más elevados que el de Tula. Habrá sido todo esto lo que movió a reclamar una solución aunque en ello fuera la suerte de poderosos.

El 14 de setiembre de 1990 el país se sorprendió. Muchos catarmaqueños, sobre todo estudiantes y mujeres encabezados por la monja Martha Pelloni, inauguraron una forma distinta de protestar: marcharon por las calles de Catamarca en completo silencio.

El Gobierno provincial no acompañó a esa gente, ni esa vez ni en las sucesivas marchas que, semanas después, reuniría hasta 33.000 personas. La mayoría ya estaba dispuesta a creer todo aquello que incriminara a su clase dirigente y creció la sospecha de que encubría a alguno de los suyos. El silencio fue demoledor.

Un nombre, además del de Tula, pasó de ser un susurro en charlas informales a una afirmación a viva voz. Se trataba de Guillermo Luque, hijo del principal operador político de Ramón Saadi, quien al final debió comparecer en los tribunales y quedó detenido. Empleados de su padre, Angel, dijeron haberlo visto con las ropas ensangrentadas a la fecha del crimen. La provincia era una caldera de rumores, disputas políticas y de jueces que abandonaban el caso cubiertos de fuertes críticas.

Frente a este estado de convulsión social, el Gobierno nacional intervino primero la Justicia catamarqueña y en abril de 1991 la provincia. Ramón Saadi cayó y no ha podido retornar al poder hasta ahora.

Pero estos cambios políticos tampoco permitieron que se averiguara algo más sobre la tragedia.

Luque estuvo preso 23 meses. Tula un poco más. Por apelaciones y cambios de carátula, salieron libres provisoriamente.

Todo siguió igual hasta marzo de 1996 cuando fueron a juicio oral. Las cosas parecieron reavivarse de pronto de la mano de la tevé, que transmitía en directo las audiencias, y por televisión se vio un gesto impropio entre jueces del tribunal, que hacía suponer favoritismo hacia los acusados. El juicio fue anulado.

Pasaron 16 meses hasta que empezó el segundo proceso en Catamarca. Esta vez el nuevo tribunal se decidió a mirar debajo del agua, ayudado por testigos que ahora dijeron lo que antes callaron. Y la primera cosa que se vio fue una gigantesca máquina de encubrimiento, culpable de que el crimen estuviera impune 7 años.

Se tardó 5 meses en probar que la muerte de María Soledad se debió a un juego de traición y de deseo frenético. Tula la engañó y la dejó en un boliche en manos de Luque y unos amigos.

La violaron y murió a causa de la cantidad de cocaína que la obligaron a consumir. Otros la llevaron al zanjón, desfigurándola con un golpe en la cara después de muerta. Luque recibió 21 años de cárcel como autor, Tula 9 por entregador.

El 27 de febrero de 1998 se decretó el primer final de la historia. El definitivo lo dará la Corte Suprema cuando resuelva las apelaciones pendientes.

Así fue como se mezclaron crimen y política y se movilizó un pueblo para cambiar la historia de una provincia.

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