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CRÓNICA DE UN VIAJE. Autor: Eusebio Cedena

CRÓNICA DE UN VIAJE. Autor: Eusebio Cedena UNA RONDA SEGOVIANA: CRÓNICA VIAJERA

Por Eusebio Cedena Gallardo

Día claro y caluroso. Junio entrado. Un grupo de valientes, notables y aguerridos, herederos territoriales de Quijote el loco, amigos de Ulises y Marco Polo, parten de la noble villa de Talavera de la Reina, a eso de las nueve y cuarto de la mañana, con destino que creían segoviano, pero el camino demostró que era incierto y confuso, en busca, no del arca perdida, sino del Centro Nacional de Formación de El Espinar, en San Rafael. Ya lo decía el poeta: “caminante, no hay camino”, y tal y tal, y damos fé de que los de Vilar se sabes estos versos con la gorra, al menos en sentido “procedimental”.

El objetivo estaba claro, aunque no vaya en infinitivo, si bien el señor del cosabús que nos llevaba, con poca idea de lo que se traía entre manos, muy a punto estuvo de colocarnos, cuando menos, en los valles de Navacerrada, allá por la “Bola del Mundo”, ese paraje fascinante, sierra arriba, pradera abajo. No desembarcamos en La Pedriza, pongo por caso, porque la Providencia no lo quiso, aunque tampoco hubiera estado mal un día de pic-nic serrano con el insuperable grupo del Curso de Formadores 2004 de la UNED y sus fantásticas profesoras (esto último es necesario, chicos, que a final de curso dan un diploma o algo parecido: la cosa obliga).

El autobús que nos llevaba, vencido y destartalado, con resaca de dos noches, hacía lo que podía y, después de un paseo inesperado por la sierra madrileña, entorno de El Escorial, Valle de los Caídos y por ahí, cogió por fin ruta directa hacia la ronda segoviana, que era realmente dónde tendríamos que ir. Y allí fuimos. Parada de café con leche muy cerquita de destino y, dos horas y pico después, El Espinar se muestra ante nuestros ojos en carne mortal (es un decir). Saltamos de alegría, en sentido figurado.

Allí estaba el majestuoso centro formativo, dispuestos a recibirnos, a acoger entre sus piedras a los futuros formadores de Talavera de la Reina, los mejores que nunca vió la tierra (los tres o cuatro que faltaron, por favor, que no se den por aludidos). Las puertas de aquel lugar maravilloso, rodeado de montañas y vacunas praderas verdes, junto a riachuelos y pinares, se abrieron a nuestros pies.

Dignos hijos (algunos nietos, por la edad) de la “metodología tradicional”, los allí presentes recorrimos las salas y corredizos, las aulas e instalaciones en silencio sepulcral. Preguntaban los que estaban advertidos (“o preguntáis, o menos uno”) y los demás nos limitábamos a proclamar, admirados y silentes, interjecciones habituales del tipo “ohh”, “ahhhhh”, “haláaaaa”. Que el centro nos gustó, vamos, sobre todo porque la responsable que nos lo enseñó (el centro) era una periodista, esa profesión tan admirada y maravillosa, propia de gentes cultas e inteligentes, de gentes de mucho rango y calidad humana, de gentes bien, vamos, tanto que hasta una Princesa muy importante que todos conocemos...

El caso es que el centro está muy bien. Tranquilas y bonitas habitaciones, vistas montañosas, maravillosos valles alrededor, cafetería y comedor, sala antiestrés, squash, todo tipo de servicios de alojamiento y ocio, etc. Para los ratos libres, también tienen unas bonitas aulas con ordenadores, cómodos sillones, muchas herramientas didácticas y los medios más avanzados, aunque en algunos casos, se adolece de una cierta ausencia de uso de los materiales e instalaciones que da algo así como mucha penita y ganas de llorar.

Fotos a la salida, saluditos al director y compañía, y hala, a dar cuenta del verdadero, aunque nunca confesado, motivo de nuestro viaje en autobús: los ricos manjares de La Viña, el restaurante de San Rafael. Allí cumplimentamos el mejor test que hemos hecho en este curso: pinchitos de la tierra (los calamares, no), carnes a la brasa, cochinito muy sabroso, cabritillo del lugar, buen vino manchego y unos postres caseritos. Las fotos que algún malvadillo nos sacó muestran con toda contundencia que en este curso lo hemos aprendido todo y que somos un grupo insuperable: durante la comida desarrollamos, con las cositas que nos pusieron sobre la mantelería, todo tipo de contenidos pedagógicos, desde los conceptuales (el cochinillo), pasando por los procedimientales (nos lo comimos) para llegar, finalmente, a los actitudinales (y qué bueno estaba).

El aprendizaje ha sido incontrovertible.

Ya de vuelta, la siestecilla de las cinco, y a las siete en Talavera. Un día para el recuerdo, un día para la ilusión, un buen día para un grupo de chicos y chicas que, como adolescentes atontados, se han pillado una ilusión y no hay manera de soltarla.

Ay, la vida tiene estas cosillas, en fin.




1 comentario

Miguel de Unamuno -

Estilo claro y desenfadado.
Entra en la anécdota como parte de la narración de forma natural.
Un ejemplo para futuras generaciones y tema de universidad. Un gran logro narrativo de viajes.
Un saludo desde ...donde estoy.